3 de octubre de 2011

LA PLUMA DE MANOLÓN

Paseando entre naranjos Manolo trazaba sonetos de amor. Mientras, ella, en charrilandia, suspiraba embriagada acariciándose el vientre. Manolo los tenía bien puestos. Su Afrodita tormesina, mejor puestas y ¡doy fe!.


Iria Flavia él pensó. ¡Allí; y no en otro lugar¡. Manolo entornaba los ojos, inspiraba lentamente, sus pupilas se contraían, y su pluma se deslizaba sin esfuerzo. ¡Allí o en parte alguna será!. Y así, ensoñaba el galán seducir a su vestal. Entre el verdor de helechos gallegos y a orillas del rio Sar, sin duda la haría suya. ¡Así debía ser y nunca en otro lugar!

Languidecía la primavera de Breogán, cuando se armó de valor el seductor de estrofas goyescas. Y así fue. Entre tropos y sudor, entre pinos y deseo, entre Góngora y Quevedo, como Eros sucumbió. Y tanto la alzo a aquellas nubes, que sin quererlo la ahogó.

Alegoría de llantos, de recuerdos y de orgasmos. Ya en otoño y sin penita, ella sonríe y añora, aquellos versos que fueron, porque ya no pueden ser. Se lo comenta a un amigo, mientras “Lupita” sestea agotada del paseo. Pero sí de cuando en cuando, al abrir aquel cajón, relee la tinta añeja que a la cima la elevó.

Romance de D. Manuel, que quiso ser y no fue. Ayer mismo me contaron lo del ínclito Manuel: poeta, andaluz y fiel. Que por probar suave piel, confundió la tersa dermis con el dolor del querer. Y no es banal que así fuera, pues ni la rima era rima, ni el soneto sexo fue. Y no me riñan ustedes, que sólo soy matador. Un vendedor de "alusiones", al que no paga ni dios.





Finito de Aldeatejada –A la sazón novillero-