8 de junio de 2006

MIS HERMANOS TRILLIZOS

Mis padres han sido muy fecundos. Tengo 17 hermanos y como en cada familia numerosa hay de todo. Unos son altos y guapos. Otras inteligentes y chaparretas. Otros grandes y fuertes. Otras pequeñitas y tímidas. Los hay esforzados y muy trabajadores. Más y menos hábiles. Ya digo, lo normal en una familia con tantos miembros.

La armonía familiar pues bien; llevadera. Alguna discusión que otra, porque cada uno tiene su personalidad y sus pequeñas manías, pero ya digo que bien. Sin embargo, hay tres hermanos que nos preocupan. Han ido creciendo y poco a poco, se han vuelto díscolos, exigentes, huraños y agresivos. A ver, por partes. Mi madre, viuda, me ha reconocido en una charla íntima que la culpa es tanto suya como del resto de los hermanos. Les hemos consentido demasiado desde pequeños y como madre, que es muy sabia y conoce bien a sus vástagos, cree que esta situación no se hubiera producido si hubieran tenido la misma educación que el resto.
Desde párvulos, a los trillizos Montse, Aitor y Rosalía les hemos dado casi todo y consentido demasiado. Apenas recién nacidos, lloriqueaban un poco y ahí estaba mi madre calmándolos y arropándolos. No les sucedía nada, pero los cogíamos en brazos, les hacíamos unas carantoñas y les intentábamos dar sosiego. Aunque sean mis hermanos no puedo andar con paños calientes. A diferencia otros, que son muy grandes, Aitor, físicamente, es poquita cosa y se parece mucho a Montse. Son egoístas, iracundos, volubles, lábiles, y creen que tiene más derechos que el resto de nosotros. No sé si será porque son trillizos pero, con una ligereza aplastante, se han ido inventando historietas entre ellos al margen de la familia. Dicen que sus padres son otros, y que no nos quieren como hermanos. Se juntan el día de su cumpleaños y lo celebran solos hablando en una jerga exotérica que únicamente entienden ellos.

En fin, que estamos muy preocupados. Imagínense como será la cosa a día de hoy. La familia tiene una cartilla de ahorros para los gastos familiares. Mi madre harta de sus quejas y, todo sea dicho, coaccionada por ellos, les ha ido dado dinero para sus pequeños caprichos. Pero han ido creciendo y en vez de madurar y pensar también en las necesidades del resto de sus hermanos, cada vez le exigen más y más. Dicen sin sonrojo que ellos tienen más derechos que el resto; derechos históricos nos dicen. ¡Así, sin más!

Mi querida madre, que se llama España, está pesarosa y triste. Es mayor; la primogénita de todas sus hermanas europeas. Las discusiones familiares le afligen
y no comprende que ha podido hacer mal para que estos tres hijos siembren cizaña y serios problemas de familia. A la pobre le hunde pensar en nuestro futuro si ella un día desaparece.

El resto de los hermanos estamos un poco desconcertados, pero ya hemos decidido poner freno a la díscola voluntad de los trillizos. Ni mi madre ni el resto nos merecemos esto. En casa hay unas normas que cumplir. Un código de conducta familiar que nos dimos en 1978, y que tenemos un poco olvidado. Pues bien, hemos consensuado que hay que aplicar el código a rajatabla, les guste o no a los trillizos. Somos una familia que queremos seguir como estamos. Con nuestras pequeñas desavenencias. Con nuestras pequeñas miserias, como sucede de puertas adentro en cada hogar, pero sin someternos a los caprichos y veleidades de Montse, Aitor y Rosalía.

Quieran los trillizos o no, en nuestra casa actuamos de forma democrática y cada uno tiene derecho a un voto. Ni más ni menos. Y no soy el más listo de mi casa. Pero si no me fallan las cuentas con 14 votos a favor, 3 en contra, y la abstención de mi madre, las aguas volverán a su cauce.

Finito de Aldeatejada –A la sazón novillero-